Clementina Suárez
«He soñado tánto, que a veces he querido
fundirme en sus fragancias, perderme entre su olvido
y diluirme entre las ondas de un suave atardecer»
Clementina Suárez era una mujer blanca, de estatura regular, de voz quebrada, descriptible entre grito y llanto. Afamada en su mundo por sus manos y sus piernas, era conocida como una de las grandes mecenas de América.
Era gran amiga de mi suegra, Roseva Zúniga Rosa, quien la describe como una mujer amena y cariñosa, sumamente inteligente. A pesar de su simpatía, defendía sus puntos de vista como una fiera. Ella nació para amar, pero además era muy afortunada, la gente la agasajaba. Clementina tenía una enorme capacidad de adaptación pues ella siempre se acoplaba a todos los grupos sin importar la diferencia de edades. Era una mujer más fea que bonita pero con un atractivo como pocas para lograr que tantos pintores la dibujaran.
Tuve la suerte de departir con ella en diversas ocasiones y de levantar apenas el primer velo de lo que fue una vida excitante y única. Siempre charlábamos sobre mi abuelo, el profesor Miguel Morazán, otro gran y ejemplar hondureño que por una u otra razón también emigró para ensanchar sus horizontes.
Hija del hogar formado por Luis Suárez Araya y la gran terrateniente, Amelia Zelaya, era una de las cinco hijas del matrimonio junto a Lola, María Luisa, Rosa y Graciela. Nacida en Juticalpa, se crió en un ambiente eminentemente burgués y señorial, en casa feudal con amplias salas y corredores asentada en fértil valle. Era una casa de latifundistas regidores de la sociedad y la cultura de su tiempo, algo que a ella le chocaba pues no le gustaba el señorío ni el hábito severo; odiaba el gesto desdeñoso y el tratamiento de ama.
«No, no, no
Este no es mi mar
ni éstos son mis ojos.
En estas aguas los niños están muertos
y los vientres de madres comidos de gusanos».
Y es que desde niña ella era diferente a los demás incluyendo a sus hermanas, pues se interesaba en cosas que ellas no podían compartir. Las estrellas y la naturaleza misma cobraban un significado hondo y especial que los demás no podían apreciar, pues se había creado un mundo interior, un mundo de sueños fantástico donde sólo tenía cabida su imaginación. La plática adulta le resultaba más interesante y le enseñaba más que la infantil; por lo tanto se fue criando y viviendo como aislada, diferente, sin comunicación. Por eso decidió escaparse del fértil valle natal, y cantar libremente.
«Es crimen hablar de estrellas
cuando hay que limar cadenas»
Todavía muy joven, en su primer viaje se fue a México, donde se relacionó con lo más evolucionado en el mundo intelectual, pudiendo colarse con los literatos españoles que emigraban después de la Guerra Civil de su país.
Su interés por el mundo de los escritores, le hizo penetrar en el mundo maravilloso de la pintura, con el cual ya tenía un nexo interior. Se hizo amiga de Diego Rivera, quien le pintó un retrato.
Tuvo el estímulo del gran escritor Miguel Angel Asturias, coincidiendo también con Pablo de Ludar, personajes decisivos en su vida pues le prestaron todo su apoyo y estímulo para que floreciera en su poesía.
Tenía un dominio total en el verso y la prosa, y daba rienda suelta a su imaginación y a sus sueños por medio de la pluma. Luchaba contra el convencionalismo social por considerarlo arcaico, insolvente y mediocre según lo que narraba Medardo Mejía. Definía la poesía como su única auténtica expresión, para revelarse y dar limpio testimonio de la época en la cual vivía; para tener su mundo interior que era su mayor fortaleza.
No era un poeta más, y como se expresaba Augusto C. Coello «un poeta verdadero y hondo, con la hondura y la verdad que dan siempre el dolor y la emoción». Su «Corazón Sangrante» y “Creciendo en la Hierba” la colocaron entre los grandes de su tiempo y la hicieron trascender los umbrales de la inmortalidad. Según Julián López Pineda era «la presencia de un gran poeta en el alma de la mujer hondureña».
Fue una enamorada del amor, y lo continuó siendo hasta su muerte. Amó profundamente, pero no amaba a la persona en sí, a sus amores los fue dejando a un lado de su vida.
Respecto a la mujer opinaba con firmeza: «no tengo ningún temor a la muerte; quiero vivirla más porque mi vida no es inoficiosa. Cada día que se prolonga mi vida, realizo nuevas cosas. Exactamente lo que he hecho hasta hoy, si volviera a nacer, repetiría la vida exactamente como la he vivido».
« Vida que brotaste de un milagro divino
que supiste del beso de la inmensidad
quiero como tantos cumplir con mi destino
Y saciar mis anhelos y calmar mi ansiedad».
Jesús Castro la describía con «la franca desnudez de la luna que sumerge su blancura casta en el temblor alucinado de los lagos, como un anhelo de lustración». Y fue eso precisamente lo que captaron los grandes poetas y literatos de su época, y los grandes maestros que retrataron su personalidad en las distintas etapas de su viajar interminable. Era como dice Quino Caso «la embajadora de la poesía pues adonde llega, a la hora que llegue, y como quiera que llegue, lleva consigo las credenciales de la poesía, para hacerse presente y mostrar sus espirituales y sensoriales poderes».
Su colección de retratos incluyen a famosos de Costa Rica, Guatemala, Nicaragua, El Salvador, México, Honduras, Cuba, Paraguay, España, Estados Unidos, Italia, Francia, Argentina y Chile. La mayoría de estos cuadros podrá ser admirado por los hondureños muy pronto en la galería de arte que llevará su nombre y que está por finalizar gracias al esfuerzo decidido y que en su memoria, ha desarrollado el Club Rotario Tegucigalpa Sur. La primera piedra de este edificio la colocó la misma Clementina junto a sus hijas del alma, Silvia Rosa y Alba Rosa.
Esta iniciativa nació de la relación médico-paciente de Clementina con el doctor Plutarco Castellanos, socio de este club Rotario. En una de sus tantas pláticas ella le comentó que donaría sus cuadros a una institución que se interesase en construir una galería de arte que llevara su nombre; más de cien lienzos que distintos pintores del mundo le habían dedicado a esta musa.
El proyecto fue abrazado inmediatamente por el club. Su sobrino, Angelo Bottazzi Suárez, entonces Presidente, compró el terreno e inició las rifas tradicionales para consecución de fondos (desde un principio bajo la gran promesa que esos fondos serían destinados para esta galería) y el Arquitecto Fernando Martínez, gran amigo y quien siempre apoya las actividades Rotarias, donó los planos del edificio para rendirle en su nombre, un pequeño homenaje a la gran poeta.
Los siguientes Presidentes, Juan Angel Arias y Plutarco Castellanos, unieron fuerzas para conseguir fondos y así respaldar el contrato firmado con Consultecnia por parte de Enrique Paredes, y construyeron la parte estructural. Felipe Antonio Peraza, también parte de la familia de Clementina, reforzó la acción de consecución de fondos mediante las Ferias Internacionales de la Amistad y el Deporte, quien junto a Guillermo López y Mario Nájera construyeron el tercer piso y la terraza. El edificio hoy está por concluirse gracias al respaldo del crédito personal del actual Presidente, Elías Lizardo Macías.
Clementina nos fue arrancada de la vida en 1991, honrando su palabra y dejando a nuestro club su colección de retratos. Se llegó a un acuerdo entre sus hijas Silvia Rosa y Alba Rosa y el Club Rotario Tegucigalpa Sur, representado en mi persona, para que sus restos fuesen sepultados en Tegucigalpa para que ella estuviera siempre cerca de su galería: su gran sueño, su gran anhelo, su gran pasión.
En el segundo piso funcionará la Galería de Arte Clementina Suárez, como un legado a los habitantes de Tegucigalpa, y que además fomentará la cultura en general y en especial las artes plásticas. El espíritu de Clementina se perpetuará en el ámbito artístico dentro del cual ella siempre vivió. El día de su cumpleaños, y el día de su muerte, debe ser el punto de reunión para honrar la memoria imperecedera y el inmenso talento de un ser que luchó por el arte, la cultura de Honduras y América, siempre respaldada por su profundo amor a su patria.
Su vide fue un reflejo fiel de sus poesía:
“Mi vida era un claro y encantador remanso,
donde la luna pálida tomaba su descanso.
Mi vida era tranquila como el árbol del camino
que busca en el claro cielo la luz de su destino.
Mi vida era a manera de arroyo canturriante
que va por entre malezas alegre y delirante.
Sobre sus aguas claras, risueñas y sencillas
caían suavemente las hojas amarillas”.
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